Algunos corren para escapar. Escapar de la rutina, de las preocupaciones, del jefe, de la pareja… de una vida que se ha vuelto previsible y aburrida.
Otros corren para volver. Volver a los orígenes. Recuperar la forma de ejercicio más natural del ser humano. Volver a ser lo que siempre hemos sido: corredores de resistencia.
Algunos corren para aislarse. Aislarse del entorno, del clima, del ruido, del terreno que pisan… del resto del mundo.
Otros corren para conectar. Conectar con su interior, con su cuerpo, con la armonía de sus movimientos coordinados en cada paso, con el terreno que pisan…
Algunos buscan distraerse. Distraerse de sus propios pensamientos, de la incómoda sensación de una respiración agitada, de los latidos que golpean el pecho, de unas piernas que flojean, de ese dolor que nunca acaba de desaparecer…
Otros quieren sentir. Sentir esa respiración, profunda, acompasada y sostenida, los rítmicos y suaves latidos del corazón, los pies adaptándose al terreno, apreciar ese momento de intimidad…
Algunos corren porque odian su cuerpo y quieren cambiarlo.
Otros corren porque aman su cuerpo, lo respetan y quieren cuidarlo.
Correr, para algunos, es vaciarse, esforzarse, sufrir. Es darlo todo. Siempre. Dejarse la vida. Las molestias, el dolor y las lesiones son parte del peaje.
Para otros, correr es una fuente de energía. Te carga las pilas, te hace estar bien y sentir bien. El dolor es un aviso del cuerpo que te dice que algo estás haciendo mal.
Para algunos nunca es suficiente. Siempre falta algo: más ritmo, más distancia, más velocidad, más desnivel, la última zapatilla, el nuevo suplemento o el nuevo programa o método de entrenamiento.
Otros no necesitan nada más. Para ellos la perfección no se logra cuando no hay nada más que añadir, sino cuando ya no hay nada más que quitar.
Para algunos, la meta es el fin.
Para otros, el camino es la meta.
Si eres de los otros, esta es tu comunidad.
Y si eres de los unos, también.
